El pangiallo romano es un dulce invernal que data de la Roma antigua y lleva consigo la historia de un pueblo que celebraba el solsticio de invierno.
Llamado "pangiallo" por su color dorado y su forma redonda, era en origen un símbolo de buen augurio para el regreso del sol durante la temporada más oscura del año.
Con la llegada del Cristianismo, esta costumbre se ha transformado en una tradición navideña, añadiendo dulzura a las celebraciones.
El pangiallo tradicional se obtenía con una masa de frutos secos, miel y cedro confitado.
Después de la cocción, se cubría con una deliciosa pasta de huevo.
Las amas de casa romanas eran conocidas por secar los huesos de frutas de verano como ciruelas y albaricoques para utilizarlos en lugar de las costosas almendras y avellanas.
Hoy en día, el pangiallo está disponible en numerosas pastelerías y panaderías en Roma y en los Castelli Romani, con algunas variantes que se pueden encontrar también en otras regiones como Ciociaria, Viterbo, Toscana y Umbría.
Además, a lo largo del tiempo, han surgido muchas variantes del pangiallo, con algunas que sustituyen el clásico glaseado amarillo por chocolate.
Una variante famosa es el "Pangiallo Viterbese", que añade un toque de pimienta, probablemente debido a la influencia del "Panpepato" umbro.
El pangiallo podría no ser ya el dulce más popular, pero conserva una tradición y un sabor que resisten la prueba del tiempo.
Las pastelerías de los Castelli Romani continúan produciendo este delicioso dulce navideño, y muchos aficionados mantienen viva la tradición preparándolo en casa para compartirlo con amigos y familiares durante las festividades.
Los orígenes del pangiallo romano se pueden rastrear en un capítulo dedicado a los dulces del antiguo "De re coquinaria" de Apicio, célebre cocinero de la época.
La receta sugería una mezcla de miel, vino, pasas, ruda, piñones, nueces, harina de cebada y nueces tostadas.
Las recetas tradicionales incluían también especias como azafrán y pimienta negra.
Hay opiniones divergentes sobre la fuente del característico color dorado de la capa superior del pangiallo.
Algunos creen que las especias en la masa se intensifican durante la cocción, dando el típico color ámbar.
Otros sugieren cubrir el pangiallo con una pasta de huevo antes de cocinarlo, mientras que otros aún piensan que la adición de azafrán puede intensificar el color.
Con una historia antigua y un sabor excepcional, el pangiallo romano continúa deleitando las mesas durante la Navidad, llevando adelante una tradición que celebra la luz y la esperanza en el corazón del invierno.
Angela Cordioli
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